EL ESPEJO - MALDITO SER

Desperté con el deseo de sentir la fresca brisa de la mañana mientras tomo mi café, la noche había sido intensa los gritos de los condenados aún resuenan en mi cabeza, pero cada quien es esclavo de sus acciones.  Miré hacia la ventana y noté que ya estaba abierta, no recuerdo el monento en que la abrí, tal vez quedó así del día anterior. El dormitorio aún está en penumbras, que hora es?, por momentos da un poco de temor. Miro la pared y el atrapasueños no está, quizás la brisa nocturna lo soltó, busco... está caído, lo veo bajo la silla, roto. Subo más mis sábanas, me tapo hasta casi los ojos, siento el calor de mi respiración, me agito y desespero, la brisa habrá hecho caer el atrapasueños o una pesadilla escapó de él. Tomo coraje y miro con detenimiento toda la habitación buscando al maldito, ahí está, lo encontré, él está observándome desde el espejo.

EL ESPEJO - UN ALMA Y UNA BOTELLA

Mariela tomó sus cosas y salió despacio, no quería provocarlo, él se encontraba durmiendo la borrachera, despatarrado sobre el sillón, la remera manchada y un cigarro apagado en la boca. Las botellas estaban por todo el piso. Esquivó cuidadosamente cada una de ellas, no vaya a ser cosa que el ruido lo despertara, era de ponerse algo agresivo aunque luego pedía perdón. Agarró las llaves de la mesa del pasillo y se miró al espejo, esta vez no podía ocultarlo, en su rostro se veían las marcas, no eran solo moretones, tenía la marca del miedo, de la violencia y de la vida que se le iba escapando en cada golpe. 
Abrió la puerta y ahí estaba ella con su traje negro y ojos vacíos. Mariela se heló, la vida pasó frente a ella como un flash, resignada cerró los ojos y rezó. 
La muerte no la ignoró, pasó junto a ella susurrándole al oído, —vete, no mires atrás... hoy vuelves a vivir.—  y esperó que la puerta se cerrara. Mariela con lágrimas en los ojos comprendió lo que había escuchado, cerró la puerta y como le había  indicado no miró atrás, un sentimiento de culpa se enfrentaba al gran alivio de saberse a salvo y se marchó. 
Mientras tanto la muerte se acercó a Juanjo, lo observó con detenimiento, era un hombre como cualquier otro pero sus actos lo condenaban al mismísimo infierno, con un gesto de su huesuda mano tomó su alma, con la otra una botella, miró la hora, contempló su inexpresivo rostro en el espejo y salió hacia la esquina del barrio donde dobla el viento y se cruzan los atajos, allí la esperaba el diablo.