LA PARED

No todos los días solía tomar el camino alternativo a la oficina, era una elección de acuerdo a tiempo y apuro; ya sabes, la mañana en las calles de Buenos Aires no son lo mejor en sistema de tráfico. Por esa razón, un día gris de otoño, al transitar por Fragata Sarmiento y cruzar Av. San Martín elegí desviarme un par de cuadras hasta Almte. Seguí, antes de quedar encerrado en un embotellamiento que se divisaba a lo lejos y seguro duraría varios minutos. 

Fue en ese desvío que vi por primera vez, la pared. Dirás que tiene de extraño o qué llama la atención de una simple pared, pues debo describírtelo. Es distinta a las demás, no sigue la misma línea, no tiene puerta ni ventanas, está pintada en otro color y el centro es realmente algo magnético que no puedes dejar pasar, tiene un dibujo “sin gracia” pero atrayente, un enorme sifón negro con una inscripción a los lados escrita en una caligrafía modesta que dice “FIN DEL” - “MUNDO”. 

Lo interesante es que a medida que pasaban los días me dí cuenta que el atajo se hacía cada vez más común y la pared realmente llamaba demasiado mi atención, hasta que no aguanté más la tentación y estacioné el auto enfrente, a unos metros, desde la vereda no se veía tan llamativa como cuando uno pasa de largo y a cierta velocidad, pero por más estático que me encontraba era notorio que ese lugar algo tenía. Esperé que pasara el último de los automóviles que habían salido desde el semáforo de Av. San Martín en nuestra dirección y viendo la posibilidad de cruzar, me paré justo frente a la pared y avancé. 

Tomando en cuenta la ansiedad que sentía de estar tan cerca de algo que cautivó mi atención, es lógico que notara la energía que manaba el lugar, estaba predispuesto al contacto y la realidad es que aún hoy estoy seguro que nadie más lo nota, porque  los he visto, si... los he vigilado. Luego de esa primera vez hubo varias más, observando desde la esquina, otras desde enfrente lo loco es que la energía irradiada por la pared me alcanzaba en todas partes, la percibo, siento cuando estoy cerca como la energía entra en mi, nos fundimos en algo superior, tan solo entrar en contacto con ella y cerrar los ojos me transporta a otra dimensión, es mágica, y es mía, de nadie más, por eso mismo vigilo, ahora estoy junto a la pared, abandoné mis amistades, mi trabajo, mi auto el que de a poco fueron dejando tan solo como un esqueleto, desde aquí lo vemos, tengo mi colchón, mis ropas,  a veces los vecinos me acercan algo de comer, sigo junto a ella, la cubro con cartones para que nadie la vea, compartimos una energía única, mientras tanto los miro pasar, soy custodio de mi mundo y no me pidan que la comparta, no me molesten, no nos miren, necesito saber que no hay nadie más, que soy el único capaz de conectarme con la pared, recorrí tantos lugares, pero ya no más, este es mi lugar, el fin del mundo.

Aún no se de qué forma llegué aquí, tampoco puedo explicar la claridad con la que veo los vértices de esta prisión, no se me ocurre otra manera de llamarla. Estoy en un cubo, paredes grises, ásperas, húmedas... totalmente cerrado, hermético aunque no me hace falta aire ni luz; tampoco es momento para andar perdiendo el tiempo en cosas insignificantes, lo importante es que veo y respiro, existo. Tengo que pensar qué hago acá, alguien o algo me debe haber traído, dónde estará la puerta. Pienso..., es algo inexplicable... no tengo recuerdo. Por momentos me desespero quiero gritar pero no entiendo con que fin, no logro comprender, nada de esto tiene sentido...

No pertenezco a este lugar, será parte de algún castigo?... pero si así fuera cuál es el motivo o la condena, Dios ayúdame a recordar algo... no debo quebrarme. Comencemos otra vez...

Abrí los ojos como si recién despertara, estaba de espaldas recostado en el piso sin ropas, con la vista nublada, tal vez por mi propia condición o simplemente por la adaptación de mis ojos a la luz interior. Sorprendido divisé a unos dos metros de distancia la pared de enfrente, con pudor por sentirme desnudo traté de pararme pero mis músculos estaban cansados y sin fuerzas, así que me arrastré esos dos metros para darme cuenta que simplemente no había nada, ninguna ventana, tampoco una puerta; me acomodé como pude recostado sobre la pared y me tomé la cabeza lamentándome sin entender lo que sucedía, en ese momento descubrí que no tenía cabello, todo en mi había desaparecido, las ropas, el vello, la esperanza... 

En mi desesperación me detuve apenas un minuto para tratar de procesar lo que estaba pasando. Al cabo de un rato ya con la vista más clara intenté calmarme y por más desconcertado que me encontraba, comencé a observar mi alrededor, el cual no presentaba diferencia alguna con la pared ni el techo y mucho menos al piso, aparentaba ser un cubo perfecto. Fue así que ya casi recuperado, aún con algo de dificultad pude incorporarme, intenté reconocer el lugar, lo palpé y golpeé con fuerza, no sentí el ruido ni los golpes de mis manos sobre las paredes grises, quise gritar y no emití sonido, no había nada que hacer, estaba atrapado, sin saber en que lugar.

Varias veces cerré los ojos con el anhelo de despertar y que todo se convierta tan solo en un mal sueño, no poseo recuerdos, fui despojado de todas mis pertenencias, me siento vacío, razono... o por lo menos eso intento, no sé cuanto tiempo llevo así, en medio de la nada y siendo todo al mismo tiempo, sin encontrar una salida, menos una explicación.

Lejos..., muy lejos de ese tiempo y lugar, dos señoras hablan en una esquina de Buenos Aires y se preguntan, que habrá sido de aquel loco de la cuadra, el pobre hombre dejó el colchón y los cartones, abandonó lo poco que tenía y desapareció. En ese momento el semáforo de Av. San Martín liberó los automóviles que pasaban a cierta velocidad frente a las mujeres, mientras dos empleados municipales limpiaban a desgano el lugar que en otro momento ocupara el vago, la sorpresa fue que mientras retiraban la gran pila de cartones descubrieron detrás esa pared rara, una pared que carece de puerta y ventanas, pintada con el dibujo de un enorme sifón negro que tiene a los lados la inscripción "FIN DEL" - "MUNDO", cosa que realmente llama la atención.


Infinitas horas, tal vez días... encerrado en esta prisión, no entiendo como sigo aún en pie, la luz, las ausencias, mi cuerpo mutilado. Esas cuatro paredes que no me permiten siquiera fallecer. El blanco de mis recuerdos...

En cierto momento noté algo, fue como un parpadeo, una falla en la prisión que me encierra desde quien sabe cuando, esto me dió nuevas esperanzas. Comencé a vigilar, de a poco fui notando, una casi imperceptible secuencia. Primero una pared, luego otra y así sucesivamente. Pero qué era el fenómeno que observaba? a qué obedecía?.

Fui haciendo dentro de mis posibilidades el seguimiento, una línea, una luz, tal vez una sucesión de píxeles de la pantalla de un ordenador diminutos, reales, o simplemente eso quería pensar. Mis manos se apresuraban al detectarlos tan solo quería tocarlos, atraparlos, sentirlos, los seguí por todas las paredes, una y otra vez. No logré nada, otro sin sentido, como todo lo que vivo desde que estoy aquí encerrado.

Mi insistencia en seguir el reflejo llevó a darme cuenta que siempre en el mismo vértice del cubo se apagaba, el brillo se ocultaba entre la unión de las paredes y perdido por perdido allí puse atención. El brillo se acercaba apenas visible para el ojo humano pero a esta altura hasta dudaba si yo lo era... Justo en el momento de atravesar el punto de unión atiné tocar apenas la luz y con sorpresa sentí que mis dedos atravesaron la dura pared. Inmediatamente volví hacia atrás mi mano, por temor, pero temor de qué?... necesito salir de este lugar. De a poco fui tomando coraje, calculé cada centímetro del recorrido de esa luz misteriosa, verifiqué que el fenómeno de desaparecer solo sucedía en uno de los vértices, me preparé y esperé paciente. La primera vez que lo intenté no resultó, el golpe, rebotar y caer me dejaron marcas en el hombro, el brazo y una pierna dolorida, sin embargo no me detendría. Ya lo había probado todo, otras opciones no había,  y me abalancé con todas mis fuerzas en el momento justo para abandonar de una vez mi claustro.

Era de noche, poca luz iluminaba el lugar, miré a ambos lados... nada. Respiraba libertad, estaba con el corazón a mil, casi saliendo de mi pecho, cerré los ojos me tomé la cabeza y lloré, podía hacerlo, el cabello se sentía grasiento y la ropa eran unos harapos malolientes, pero era yo, estaba vivo. De repente una ambulancia que se acercaba a cierta velocidad con su sirena y todas las luces encendidas, tanto que iluminaron lo suficiente como para ver una línea de luz que se perdía en el vértice de la pared con el dibujo de un sifón, venían otra vez por mi.